Yo la miraba por primera vez y ella no se daba cuenta
y por ratos volteaba sin querer y yo fingía no mirarla
y se volteaba cogiendo sus negros cabellos largos
y yo volvía a mirarla...
¡Qué bella!
¡Qué dulce!
¡Cómo no amarla!
Y de pronto el deseo irresistible de hablarle,
de pedirle su nombre...
- Hola, ¿puedo ayudarte?
- Claro, estaba esperando que lo preguntes
Y entonces esa alegría profunda que tan poca veces he vivido,
la sensación vital que crea el sentido del ser
¡Qué bella!
¡Qué dulce!
¡Cómo no amarte!...
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