Dos ríos rojos
asomaron en el desierto,
arañando la arena,
agrietando los caminos
y cubriéndolos con su sangre.
Sufre el desierto ahora
ya no tan solo de soledad,
con dolor inefable;
y quiere estar muerto como antes,
y no puede.
¿No bastaba acaso
el vacío y la arena?
¿el frío y la soledad?
Y se desangra impotente
por las nuevas heridas
que están cavando hondo
El desierto quiere reaccionar
pero no tiene boca para gritar,
manos para suplicar,
ni pies para correr;
solo le queda: alma y sangre.
Se abandona entonces,
se entrega,
a las grietas,
a la sangre,
al dolor…
17.09.2005
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