::: LATIDOS

::: LATIDOS
::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::: 4ta Edición. Mar 2008

El hombre

I.


El hombre estaba allí, sin nada espectacular que lo identificara: era solamente un hombre.

Se hallaba de pie con el rostro caído. Su expresión delataba una combinación de angustia, cansancio y nostalgia. Sus ojos estaban absortos contemplando la oscura sombra suya que llenaba el piso.

De pronto oí que hablaba con voz entrecortada...


-¡Estoy mirando la sombra, por eso no puedo ver la
luz!... ¡Estoy mirando la sombra, por eso no puedo ver la luz!... ¡Estoy mirando
la sombra, por eso no puedo ver la luz!...


Siguió repitiendo las mismas palabras durante un rato. Luego se calló y todo volvió a estar en silencio. Parecía algo agotado por el esfuerzo; respiraba con dificultad.

Nadie sabe cuando comenzó a estar allí, aunque había quienes aseguraban que llevaba toda una vida. Pasaba las horas en aquel oscuro callejón, al lado del gran farol, sin atreverse jamás a mirar la claridad. Cuando anochecía y la potente luz se prendía, él la recibía de espaldas ensimismándose, poco a poco, en contemplar su sombra. Luego volvía a repetir las mismas palabras, hasta que la falta de aliento lo hacía enmudecer.

-¡Estoy mirando la sombra, por eso no puedo ver la
luz!...



II.


Yo fui testigo por varios días de su triste monólogo, hasta aquel día en que todo cambió.

Aquella noche acudí al lugar para volver a contemplarlo. Había algo en él que me intrigaba.

El gran farol alumbraba sus espaldas. Se hallaba de pie, el rostro hacia su sombra, repitiendo las mismas palabras. Me quedé escuchándolo unos instantes cuando, de súbito, dejó de hablar. Se llevó las manos a la cabeza, como si de pronto sintiera dolor. Me pareció después que se iba calmando y asumía progresivamente una actitud reflexiva.

Dejó pasar un momento largo y entonces se contrajo como si luchara contra algo. Parecía hacer un gran esfuerzo, su espalda transpiraba. De pronto hizo una nueva contracción, como si acumulara en ella todas sus fuerzas, y giró violentamente hacia la luz. Esta le dio en toda la cara.

El hombre cerró los ojos y los apretó, la claridad se los hería. Pasó un largo rato tratando de abrirlos por períodos cortos, hasta que sus ojos se acostumbraron a la luz. Sus labios se iluminaron entonces y con regocijo comenzó a exclamar:

- ¡Estoy mirando la luz, por eso no puedo ver la sombra!... ¡Estoy
mirando la luz, por eso no puedo ver la sombra!... ¡Estoy mirando la luz, por
eso no puedo ver la sombra!...


Iba repitiendo las mismas palabras cada vez con más fuerza, en un incontenible grito de victoria. Yo me acerqué entonces y pude contemplar su rostro por primera vez.

Lo que vi me llenó de asombro pero a la vez me produjo una gran liberación: ese hombre, era yo.








16.04.1989
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
La olaMi tío querido

::: tus latidos